21 de septiembre de 2016

El descenso a los infiernos...


No hay segundas oportunidades en el incomprensible arte de patear un cuero y la temporada 85-86 apareció inexorable trayendo los peores augurios, confirmando que una situación deportiva y económica alarmante se acaba pagando, aunque se retrase en el tiempo la sentencia condenatoria. Y es que la plantilla del Valencia era insultantemente corta y como primer capitán del naufragio deportivo tuvimos al bueno de Oscar Rubén Valdéz, otrora motor incansable del ímpetu futbolístico, aunque ello no camufló que era un novato entrenando en las lides de la Primera División española. Ya a finales de la décima jornada se iban adivinando las nubes negras que se cernían sobre el cielo de la capital del Turia. Apostar por la juventud le salió muy caro, carísimo, pero Valdéz dejó la impronta de alguien amigo de los jugadores que se portaba con ellos como un Big Brother en versión de mediados de los 80.  Y la puntilla asesina le llegó en la jornada 22 tras recibir un duro correctivo de la Real Sociedad por 6-0 en el antaño histórico estadio de Atocha. Y se contrató entonces como entrenador a la Saeta Rubia, a un Alfredo di Stéfano que ya había dejado su sello en el año 70 en nuestra memoria particular consiguiendo un título de Liga que desde los años 40 se resistía al equipo del murciélago. Ello seguía aumentando la cuota de argentinidad que, imparable, ha ido complementando a nuestro equipo desde los años 70. Dicen los que convivieron con D.Alfredo en aquellos días que su preocupación y angustia por la situación del equipo convirtió su trabajo en una tortura que se convertía en insomnio desesperado. No era para menos. Equipos como el Betis, Las Palmas, Racing de Santander, Atlético de Madrid y Athletic de Bilbao habían ultrajado el santuario de Mestalla adornando de negativos una nefasta tabla clasificatoria.
Para la segunda División se renovó a Di Stéfano como entrenador y causaron baja dos estandartes como fueron Roberto y Tendillo, traspasados por la nefasta situación económica en que seguía el club. Este mal sueño sólo duró una temporada, gracias en buena parte a que toda la sociedad valenciana, incapaz de aceptarse tantas veces a sí misma,  entendió en ese crucial momento que era necesario que todas las partes de su masa social apoyaran sin fisuras y sin reproches el mismo objetivo de regresar cuanto antes a la Primera División, lugar que nunca debió abandonarse. Y viajamos a apoyar a nuestro equipo por estadios donde identificarte como hincha del Valencia era una verdadera profesión de riesgo. Pero sobrevivimos a todo ello y festejamos el ascenso final recibiendo al equipo en el balcón del Ayuntamiento de la ciudad, el mismo lugar donde se grita a los pirotécnicos que prendan sus artefactos brutales. La primera ocasión de visitar una plaza que después, con los años, nos dio glorias inenarrables. Titulares en prensa como “Ya está” o pancartas como “Sólo fue una pesadilla” expresaban el sentir de la sociedad… pero esta fugaz pesadilla será literatura en las página de los libros que queremos olvidar… pero ese es nuestro secreto.